Al igual que en todas las icónicas obras de Salvador Dalí, en torno a la escultura Nobleza del Tiempo se concentran diferentes elementos que reflejan plenamente el universo daliniano, en que la materia escultórica nace de la realidad invisible, impregnada de sueños y paranoias, aspectos simbólicos e irracionales, y contenidos naturales y tecnológicos.
La potencia expresiva de esta obra surge de la metamorfosis conceptual del pensamiento daliniano sobre la naturaleza y el significado del Tiempo, con una dimensión simbólica que hace que quien la observa oscile en torno a los conceptos enigmáticos del Tiempo y supere el umbral de la percepción de la relatividad del Espacio y del Tiempo.
La obra expresa la voluntad de introducir la potencia de la paranoia en la escultura, a través de la cual Dalí analiza el tema del Tiempo en sus más profundas facetas.
La realidad del Tiempo se somete al método paranoico-crítico y muta atravesando continuas metamorfosis, con las que se inicia un proceso de Nobilización que otorga al Tiempo nuevos significados y diferentes dimensiones.
El reloj se deforma siguiendo el contorno del tronco sobre el que se apoya delicadamente.
Su presencia simboliza el Tiempo como memoria del pasado, conservado desde las raíces, que envuelven una gran piedra, que sirve de base de la escultura.
Pero esta piedra sugiere otra lectura de la obra pues revela la presencia de vida junto a elementos carentes de vitalidad, y el contraste vida-muerte une en modo indisoluble el árbol a la piedra, donde uno parece formar parte de la metamorfosis de la otra.
Si, en una primera dimensión, el árbol parece no tener vida, en otra realidad se entrevé el renacimiento entre las ramas, cuyas raíces parecen dar vida no solo a las nuevas hojas, sino también a la misma piedra, que, por metamorfosis, se vuelve elemento vital del propio árbol.
Y una vez más la metamorfosis se convierte en la clave de lectura que nos revela nuevos e interesantes significados.
En la dimensión real, la corona del reloj es el órgano que permite regular la hora y la fecha y recargar el movimiento; pero en la dimensión daliniana, la corona real simboliza la Nobleza del Tiempo, la realeza que identifica al tiempo como entidad Superior, con su dominio inmutable, imposible de controlar para el hombre.
El mismo reloj, cuya blandura se vuelve sinónimo de movimiento, va más allá del tiempo y sigue el “Mito del Carro Alado” de Platón, alcanza una dimensión inmortal y se vuelve fuente de movimiento para los demás elementos escultóricos de la composición, y el proceso metamórfico culmina al alcanzar su apariencia de forma nueva, Noble y Eterna.
El efecto revela una vez más nuevos significados y pone en tela de juicio el potente símbolo del Tiempo. Por una parte, visto como elemento racional, natural, dominado y ordenado por reglas generadas por el hombre; y por otra, como elemento etéreo, en continua mutación y regeneración, ordenado desde lo Alto.
Esta dualidad convive a su vez junto al Tiempo volviéndose parte creadora del proceso de Nobilización iniciado por la gran piedra, base y fundamento de la escultura.
Dos figuras acompañan al tiempo durante el proceso de nobilización: un ángel meditabundo y una mujer de figura longilínea.
Dalí decide representar al ángel como un hombre que parece estar meditando. Su postura recuerda la obra escultórica El Pensador de Auguste Rodin y encarna la humana preocupación universal por la memoria y su profunda obsesión por la naturaleza del tiempo.
En la parte opuesta, la figura femenina dirige la mirada hacia lo alto mientras sostiene un paño entre las manos. Dalí decide representarla de pie, pero la figura parece elevarse ligeramente del terreno, también por la ligereza que le transmite el movimiento del paño, y su mirada que va más allá de la realidad, para reconocer el poder del inconsciente, el único capaz de conservar los recuerdos del Tiempo.
Un Tiempo que reina soberano sobre la realidad y el arte.
La complejidad y la fascinación de la obra reside en la relación entre ambas figuras y el modo en que están representadas.
A través de la visión onírica, la mujer y el ángel pierden el contacto con la dimensión unívoca de su identidad y adquieren nuevos significados.
Ambos reflejan una realidad dada vuelta, en la que una parece ser materia reflectante del otro. Simbolizan la permanencia del lado humano en la figura angelical con la cabeza baja en meditación; y el lado angelical en la figura femenina, con la mirada puesta hacia lo alto y los brazos extendidos para sostener el paño y deseosos de emprender el vuelo.
El vuelo hacia nuevas metamorfosis y nuevos significados enigmáticos que, en la obra daliniana, parecen nunca acabar.
Imagen: Escultura Monumental de Salvador Dalí Nobleza del Tiempo, Museo de Arte Contemporáneo Erarta de San Petersburgo (2018).