No cabe duda que Gala, cual rosa de esencia misteriosa, con su fuerte índole emotiva, pero, al mismo tiempo, «meditativa», supo suministrar al Surrealismo un bálsamo benéfico e inspirador, contribuyendo a que el movimiento «floreciera» en el ámbito del ensayismo, la poesía y el arte.
Figura eterna y misteriosa, su nombre asumió un sinfín de matices que reflejan perfectamente su compleja personalidad y su eterna feminidad…. su eterna juventud.
Como la Alicia de Alicia en el país de las Maravillas, Gala es una rosa en flor y su vida fue siempre un secreto suspendido entre la realidad y la fantasía.
«El secreto de todos mis secretos es que nunca los contaré» decía Gala.
Nacida en Kazán (Rusia), ciudad que alberga una de las universidades más antiguas de Rusia, se llamaba Helena Deluvina Diakonoff, y era hija de Iván y Antonine Diakonoff.
Durante los años que estudió en Moscú, Gala recibió una óptima instrucción, aprendió francés y tomó lecciones de dibujo y, sucesivamente, cursó estudios universitarios en San Petersburgo, creciendo como una joven independiente y con opiniones propias.
La joven rusa solía llevar ropa estilo marinero, tenía una mirada penetrante y cabello espeso.
Gala tenía una personalidad emotiva e inestable y escribió de sí misma que era nerviosa, agresiva e histérica: «Soy tan mala que estoy orgullosa de serlo».
Gala se enfermó de tuberculosis y la enfermedad la afectó mucho, tanto en el físico como en su personalidad, volviéndola muy dura, poco sociable y desconfiada.
El primer cambio significativo de la vida de Gala se produjo cuando tenía dieciocho años, al trasladarse con la familia a la clínica de Clavadel, en Davos (Suiza), donde transcurrió el periodo de convalecencia.
Allí conoció a Eugène Émile Paul Grindel, conocido más tarde con el nombre de Paul Éluard, que, en 1912, a diecisiete años, también ingresó en la misma clínica suiza para recuperarse tras sufrir un ataque de hemotipsis.
En este ambiente solitario, Gala y Paul Éluard entablaron una relación constelada por innumerables cartas escritas en verso y, cuando Gala volvió a Rusia y Éluard a París, ambos se consideraban prometidos.
La «joven pequeña», como se describió ella misma en un escrito, dejó Rusia y su juventud cuatro años más tarde, en 1916, para reunirse con su poeta preferido en París, llevando consigo solo unos pocos iconos y libros.
En 1917 Gala se casó con Éluard y durante el año siguiente nació su única hija, Cécile.
Gala llegó a París en el periodo en que Éluard estaba enrolado en el ejército y fue a vivir con la madre del novio, en St. Denis. Allí se dedicó a estudiar la lengua y la literatura francesa, para obtener el diploma de traductora profesional.
Al mismo tiempo, siguió escribiendo poesías en ruso y manteniendo su interés por la literatura rusa y por sus escritores preferidos: Tolstoi y Dostoievsky.
En París, Gala encontró a los principales exponentes del movimiento surrealista, que Éluard frecuentaba, entre los cuales se encontraban André Breton, Philippe Soupault y Louis Aragón.
En la primavera de 1929, Paul Éluard conoció a Salvador Dalí, cuando el artista catalán fue a París para asistir a la presentación de la película Un Perro Andaluz, realizada en colaboración con Luis Buñuel.
Dalí invitó a Éluard a transcurrir el verano en Cadaqués y, en esa ocasión, Gala se encontró con Dalí y marcó profundamente la existencia y la creatividad del artista catalán, convirtiéndose en su modelo y musa inspiradora.
¿Qué rumbo hubiese tomado la imaginación de Dalí si no hubiese conocido a Elena Dyakonova?
La excepcional y eterna joven rusa representó para Dalí no solo su fuente de inspiración, sino también el centro de su universo, su administradora y la creadora de la «marca» Dalí, e hizo que el artista firmase sus obras con el nombre Gala-Salvador-Dalí y escribiese: «Gala se volvió la sal de mi vida, mi faro, mi doble, soy yo».
La joven rusa lo ayudó ciertamente a atravesar el umbral del «país de las maravillas» y construyó hábilmente la fama mundial de ambos.
La eterna «Alicia» supo tener a Dalí bajo una constante presión financiera y creativa, y este tratamiento, que desde fuera algunas veces podría parecer reprochable por cruel y ávido, probablemente era necesario para una persona votiva y mal organizada como Dalí, que veía a Gala como su genio, su diosa victoriosa…. su Galatea.
Gala dedicó toda su vida a ser la musa inspiradora e hizo de este papel la finalidad de toda su existencia, para proclamar el dogma del amor: «Es el eje de mi vitalidad y de mi cerebro, el resorte que me impulsa a avanzar con elasticidad y agilidad, con más claridad y precisión en todos los movimientos de mis sentidos, mis impulsos, mis conocimientos».
Por este motivo, en 1916, Gala dejó su tierra natal y rompió todos los vínculos con Rusia, por amor al poeta francés Paul Éluard.
Y una vez más, en nombre del amor, en 1929, Gala abandonó al marido Paul y a la hija Cécile para convertirse en la musa inspiradora de Salvador Dalí.
¿Quién era realmente Helena Deluvina Diakonoff?
Tal vez la eterna joven rusa que, saltando a la comba de la vida, dejó el pasado a cada nuevo salto, sumergiéndose en un mundo nuevo en el cual expresar totalmente su extraordinaria capacidad intuitiva y fuerza enigmática…. en un tiempo sin tiempo, suspendida entre sueño y realidad.
Una chica llamada «Alicia» que llegó de Rusia para convertirse en inspiración y «maravilla» generadora del Surrealismo, un arquetipo femenino que inspiró a grandes artistas y que sigue constituyendo una trama de inspiración incluso en nuestros días.
Alicia en el tiempo pasado, Alicia en el tiempo futuro…. a cada nuevo salto de la comba…. por toda la eternidad.