Dalí estaba fascinado por el arte de la danza, que ocupó un lugar importante en su vida y su producción artística.
La pasión y la ostentación típicas del flamenco, baile conocido por su capacidad de explorar todos los matices de los sentimientos y las emociones, representaba una fuente atracción e interés para Dalí. Ávido admirador de la reina del flamenco española llamada La Chana, al artista catalán le encantaba mirar sus exhibiciones, a las que solía asistir llevando consigo su pequeña mascota, un ocelote.
En esta escultura se notan diferentes elementos característicos del flamenco tales como el vestido largo con volados, el amplio escote en V y el cabello recogido en un rodete de la bailadora. Dalí percibió y capturó perfectamente el sentido del movimiento y la bailadora parece danzar girando sobre sí misma en un espectáculo de vitalidad y éxtasis infinito. Los volados de la falda se despliegan con el movimiento circular, y la pesadez del bronce contrasta con la ligereza vibrante de la bailarina. La falta de las facciones del rostro de la figura, característica recurrente en las obras de Dalí, atrae nuestra mirada con ritmo intenso.
No cabe duda que la fascinación que ejercitó el ballet sobre Dalí influenció notablemente su creatividad artística. El estrecho vínculo que instauró Dalí con los escenarios y el teatro hizo posible que colaborara con diseñadores y sastres durante los años 30 para crear trajes y escenografías para diferentes ballets y obras, entre las cuales se encuentran Bacchanale (1939) y Tristan Fou (1936-1938).
Dalí ilustró la danza llamada sardana en muchas obras pictóricas, entre las cuales La Sardana de las Brujas (1918), que pintó siendo muy joven y que se convirtió en la más famosa. Esta obra muestra la influencia que este baile popular tradicional de Cataluña ejerció sobre Dalí. Era una danza muy amada por el padre, en la que los bailarines bailan cogidos de la mano formando una coreografía circular.