En La Tentación de San Antonio (1946), uno de los cuadros más famosos de Dalí, aparece la imagen de un elefante que lleva encima un obelisco. En un paisaje desértico, cuatro elefantes guiados por un caballo transportan objetos simbólicos que representan distintas tentaciones. El obelisco, símbolo de conocimiento y poder, representa un homenaje de Dalí a la escultura de Gian Lorenzo Bernini de Roma.
Los elefantes de Dalí tienen patas exageradamente largas que parecen elevarlos hacia el cielo. Estas patas finas y multiarticuladas contrastan con el cuerpo pesado del elefante. El obelisco supone una pesada carga de llevar, pero el artista tergiversa la realidad volviéndolo ligero e ingrávido, creando por tanto una representación ilusoria en que el obelisco fluctúa sobre la silla. La combinación de estos elementos contradictorios da una idea de desorden y desequilibrio metafísico que puede existir solo en el mundo onírico.
Esta criatura surreal que se mueve por el espacio hacia el cielo simboliza un vuelo de fantasía en dirección hacia un universo hipnótico. La imagen de las patas alargadas sumada al obelisco alto y puntiagudo evoca la búsqueda del hombre por “llegar más alto”.
Durante la creación de la escultura, originalmente, las patas del elefante tenían pies en forma de garras. Beniamino Levi, presidente del Dalí Universe, manifestó algunas dudas sobre este elemento y le pidió a Dalí que lo modificara. Una vez superada la inicial resistencia de Dalí, y con la ayuda de Gala, los pies se convirtieron en cascos de caballo.
Al igual que el reloj blando, el elefante se convirtió en un símbolo importante, una imagen inolvidable que aparece reiteradamente en las obras de Dalí.