El caracol ocupa un lugar importante en el universo daliniano porque está estrechamente relacionado con Sigmund Freud, que Dalí consideraba su padre espiritual. Dalí estaba rodeado de influencias psicoanalíticas e incorporó las teorías del inconsciente a su arte. Deseaba intensamente encontrarse con Freud y en una ocasión dibujo un bosquejo de su cabeza dándole el aspecto de un caracol, en forma de espiral, para simbolizar un «secreto morfológico». Cuando finalmente se reunió con su ídolo, quedó impresionado, sobre todo, por una escena a la que asistió cerca de la casa de Freud, que consistía en un caracol que se arrastraba encima de una bolsa de agua caliente que habían dejado en el sillín de una bicicleta.
Dalí estaba obsesionado por los caracoles, fueron un fetiche y una fuente de inspiración para su obra artística. Además de ser una de sus comidas preferidas, le encantaba la geometría natural de sus conchas y la idea de dualidad: exterior duro e interior blando, igual que los del huevo y la langosta.
Dalí le añadió un toque surrealista a la escultura; paradójicamente, al caracol, símbolo universal del tiempo que transcurre lentamente, lo dotó de alas y aquí se lo ve navegar rápidamente sobre las ondas.
Un ángel se posa delicadamente sobre la concha del caracol, regalándole el don de la rapidez de movimiento. Este mensajero hace de intermediario entre el mundo real y el mundo imaginario, alzando triunfalmente en su mano una muleta, otro importante símbolo daliniano.
El paso alicaído del caracol contrasta con el vuelo ligero del ángel. En efecto, se nota una neta distinción entre el movimiento lento del primero y la gracia ágil del segundo.