El tema del transcurso del tiempo siempre turbó profundamente a Dalí, que declaró: «El objeto mecánico debe convertirse en mi peor enemigo, y por lo que se refiere a los relojes, deberían ser blandos o no existir directamente». El caballo, una de sus imágenes preferidas, está ensillado con el tiempo daliniano. El famoso reloj blando sustituye la silla tradicional, y la figura animal se vuelve la representación de la vida sobrecargada por el tiempo y encadenada a él. La escultura simboliza la omnipotencia del “tiempo” y el peso con que gravita sobre todas nuestras acciones.
El caballo parece protestar contra esta fastidiosa constricción, y sus movimientos expresan el intento inútil por liberarse. El tiempo corre y recuerda el carácter efímero de la vida del hombre, su viaje por la existencia y su mortalidad. Esta bestia surreal nunca podrá ser cabalgada por el hombre, puesto que será siempre y únicamente el “tiempo” que conducirá todas las cosas.
Dalí creía que el tiempo y el espacio no podían disociarse, y en esta escultura representa al tiempo en su dimensión desordenada, fluida, escurridiza y transitoria, introduciendo varios relojes para transmitir el concepto de relatividad. El caballo tiene un segundo reloj en la frente, que asume la misma forma del reloj representado en la famosa pintura “La Persistencia de la Memoria” (1931).
Esta escultura es el resultado de una de las primeras colaboraciones entre Beniamino Levi, Presidente del Dalí Universe, y el propio Dalí. Para la creación de esta obra, Dalí creó una maqueta de cera, modelándola con los dedos. Y actualmente se notan las marcas de las manos en el cuerpo del caballo, que definen el moldeado de la musculatura y, en particular, las crines.